Rincón Poético (III)

Prosa y narrativa.

 



Mi Delirio Sobre El Chimborazo

Por Simón Bolívar

 

Yo venía envuelto con un manto del Iris, desde donde paga su tributo el caudaloso Orinoco al Dios de las aguas. Había visitado las encantadas fuentes amazónicas, y quise subir al atalaya del universo. Busqué las huellas de la Condamine y Humboldt; seguílas audaz, nada me detuvo; llegue a la región glacial; el éter sofocaba mi aliento. Ninguna planta humana había hollado la corona diamantina que puso las manos de la eternidad sobre las sienes excelsas del dominador de los Andes. Yo me dije: este manto del Iris que me ha servido de estandarte ha recorrido en mis manos regiones infernales, surcado los ríos y los mares y subido sobre los hombros de los Andes; la tierra se ha allanado a los pies de Colombia, y el tiempo no ha podido detener la marca de la libertad. Belona ha sido humillada por el resplandor del Iris, ¿y no podré yo trepar sobre los cabellos canosos del gigante de la tierra? Sí podré! Y arrebatado por la violencia de un espíritu desconocido para mí que me parecía divino, dejé atrás las huellas de Humboldt empañado los cristales eternos que circuyen el Chimborazo. Llegó como impulsado por el genio que me animaba, y desfallezco al tocar con mi cabeza la copa del firmamento; tenía a mis pies los umbrales del abismo.

Un delirio febril embargaba mi mente; me siento como encendido por un fuego extraño y superior, era el Dios de Colombia que me poseía.

De repente se me presenta el tiempo. Bajo el semblante venerable de un viejo cargado con los despojos de las edades; ceñudo, inclinado, calvo, rizada la tez, una hoz en la mano...

"Yo soy el padre de los siglos; soy el arcano de la fama y del secreto; mi madre fue la eternidad; los límites de mi imperio los señala el infinito; no hay sepulcro para mí, porque soy más poderoso que la muerte; miro lo pasado; miro lo futuro, y por mi mano pasa lo presente. ¿Por qué te envaneces niño o viejo, hombre o héroe? “¿Crees que es algo vuestro universo? ¿Que levantaros sobre un átomo de la creación es elevaros? ¿Pensáis que los instantes que llamáis siglos pueden servir de medida a mis arcanos? ¿Imagináis que habéis visto la santa verdad? ¿Suponéis locamente que vuestras acciones tienen algún precio a mis ojos? Todo es menos que un punto a la presencia de lo Infinito que es mi hermano".

Sobrecogido de un terror sagrado, "¿cómo ¡oh Tiempo!  respondí -, no ha de desvanecerse el mísero mortal que ha subido tan alto? He pasado a todos los hombres en fortuna porque me he elevado sobre la cabeza de todos. Yo domino la tierra con mis plantas; llego al Eterno con mis manos; siento las presiones infernales bullir bajo mis pasos; estoy mirando junto a mí rutilantes astros, los soles infinitos; mido sin asombro el espacio que encierra la materia; y en tu rostro leo la historia de lo pasado y los pensamientos del destino".

"Observa, me digo: aprende, conserva en tu mente lo que has visto, dibuja a los ojos de los semejantes el cuadro del universo físico, del universo moral; no escondas los secretos que el cielo te ha revelado; di la verdad a los hombres".

La fantasma desapareció.

Absorto, yerto, por decirlo así, quedé exánime largo tiempo, tendido sobre aquel inmenso diamante que me servía de lecho. En fin, la tremenda voz de Colombia me grita; resucito, me incorporo, abro con mis propias manos mis pesados párpados: vuelvo a ser hombre y escribo mi delirio.

 

 

 

 

Oquedad

María Ester Larraza

 

Una cúpula poblada de mitos descansa su cintura en el horizonte. El jinete cabalga. El cuerpo recostado y suelto sobre el lomo desnudo y los ojos, rayos despojados perforando la senda y provocando el aire. El desierto es una ránula en círculo perfecto. Corren, corren, casi vuelan caballo y jinete en línea recta. ¿Adónde vas jinete? ¿Qué furia escondida llevas apretada en las riendas? ¿Qué magnífica soledad dibuja tu sombra en la arena? ¿Qué dolor definitivo, imperioso, te arremete la sangre? El caballo sudoroso y tú, sólo son galope, aliento de fuego y ojos. El caballo y tú, la misma decisión, la misma porfía, escultura articulada en la aridez del desierto. Corres, corres. Una puerta invisible se abre en el centro ardiente para que tu caballo y tú martillen el silencio hacia el círculo rojo del sol. Un hilo infinito te guía. La muerte se agolpa. El abismo quieto está allí y te espera. ¿Y tú qué haces? ¿Qué haces? Tu grito es tan profundo como el abismo, abrupto, desnudo. Un salto se despliega debajo del cielo apenas palpitado.

Caballo y jinete, un punto en el horizonte.

Una estrella vespertina se mueve hacia tus ojos.

 

 

Aleph Hermético