Eugenio María de Hostos:
Ciudadano de
Por
01/11/2010
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Hoy, 11 de enero de 2010, se cumplen 171 años del
natalicio de Eugenio María de Hostos, uno de los grandes de América. Con él
tenemos los dominicanos una deuda de gratitud pendiente de saldar. Es una deuda
moral, esencialmente moral, como moral fue la causa que siempre lo impulsó a
llevar a cabo esa grandiosa obra transformadora del sistema educativo imperante
a finales del siglo XIX en
Santo Domingo. (Atanay.Com).-Fueron varias las ocasiones en que el
ilustre dominicano Federico Henríquez y Carvajal tuvo que contestar la
siguiente pregunta: “¿Cómo ha visto y ve usted al señor Hostos?” Una de ellas
fue cuando, el 14 de enero de 1939, pronunciaba su histórico discurso a
propósito del centenario del natalicio del Apóstol antillano:
“Siempre lo vi i aun lo veo de alma entera. Así lo
vi siempre porque estuve, en un lapso de veintiocho años, muy cerca de él,
junto a él, a su lado; nunca en frente i tampoco a sus espaldas. Era bueno. Era
sabio. Era justo”. (1)
Es en esa misma ocasión, y al cierre de su
discurso, cuando el amigo entrañable de Hostos y de Martí, exclama y sentencia:
“...se oye de nuevo el clamor de la noche triste,
el cual ya no es una censura ni una protesta, sino una clarinidad de
Decimos nosotros, ahora, a 100 años de su
fallecimiento, que Eugenio María de Hostos siempre ha sido un Gran Vivo, y
desde su tumba centenaria, sigue dando testimonio de ello, porque la grandeza
de su obra espiritual y el ejemplo de su vida como extraordinario ser humano,
le sirven de fundamento incuestionable; porque fue un Sembrador como ningún
otro en América y porque no hubo senda por donde anduviera que no iluminara con
la luz de su pensamiento. Quizá por todo esto es que una extraordinaria mujer y
brillante educadora como Ivelisse Prats Ramírez de Pérez nos hace la siguiente
confesión:
“...mientras más tiempo pasa más lo admiro y
reverencio, más me asombran su valor infinito, su modestia acrisolada, su
vocación abnegada de darlo todo por la libertad de los pueblos y de los
espíritus.[...] Estaba lleno de una bondad y generosidad que lo condujeron por
la vida bordeando el martirio, libre de los egoísmos mundanos, aferrado a esa
utopía que cuando hablaba la hacía ver y tocar a sus discípulos, como un mago
racional y persuasivo que usaba en vez de trucos la brujería inefable de su
inflamado verbo”. (3)
Hostos murió “el 11 de Agosto de
“La tarde era triste...mui triste! Llovía. La
lluvia caía como lágrimas del cielo. El sol, envuelto en una clámide de
nieblas, se hundía en el ocaso como si se extinguiese para siempre. La tarde
era triste...mui triste! El silencio reinaba en el cementerio...Mudo, con el
mutismo de
Y es en esa tarde triste del 12 de agosto de 1903,
golpeado en el hondón de su alma por la partida de su amigo casi hermano,
cuando Don Federico Henríquez y Carvajal pronuncia aquel memorable discurso
panegírico del que todavía truena la ya célebre frase: “Esta América infeliz
que sólo sabe de sus grandes vivos cuando pasan a ser sus grandes muertos”.
¿De qué murió Hostos? Los médicos que lo
asistieron durante los pocos días de su breve gravedad fueron connotados
facultativos egresados de
“de una afección insignificante a la cual hubiera
vencido fácilmente cualquier otro organismo menos debilitado y, sobre todo,
menos postrado por el profundo abatimiento moral que minaba hacía algún tiempo
la existencia del insigne educador” (6)
Ese profundo abatimiento moral no tan sólo
socavaba su salud física, sino también su salud espiritual, su ser más
profundo, sus ganas de vivir, su deseo de seguir. Y ese mortal abatimiento lo
atribuían sus amigos más íntimos
“a la desesperanza de la redención de su patria
nativa, Puerto Rico [ y al] rumbo proceloso y torpe por el cual impulsó la
angustiosa vida de su patria adoptiva,
Y bajo esas circunstancias históricas sombrías es
que tiene lugar la muerte de Eugenio María de Hostos. Pero hay una
circunstancia que no es ni física ni política ni de otro tipo, sino
moral-espiritual, que socava la vida del preclaro antillano. Pedro Henríquez
Ureña, que había sido tocado tempranamente -en su adolescencia- por la magia
envolvente del pensamiento hostosiano, la describe así:
“Volvió a Santo Domingo en
Pero ya antes, en agosto de 1903 y viviendo en
Nueva York junto a su hermano Pedro, Max Henríquez Ureña había escrito:
“Enemigos cobardes saliéronle al paso. Sus
discípulos se dispersaron en el agitado campo de la política, y cuando se creyó
llegada la hora de las grandes redenciones, el estruendo de la lucha fratricida
asordó los aires, y la guerra civil devastó de nuevo los campos de la patria”
(9) .
Y luego dice: “[a Hostos] Lo mató la tristeza, lo
mató el dolor del ideal irrealizado” (10).
Francisco Henríquez y Carvajal, uno de sus más
leales colaboradores en su afanosa empresa transformadora del sistema educativo
dominicano, fue el médico de su confianza que presenció su despedida
definitiva. En su ofrenda a Hostos, titulada “Mi tributo”, él recomienda:
“Es preciso conocer á Hostos; profundizarlo, para
conocerlo; conocerlo, para encantarse en él; encantarse en él, para amarlo;
amarlo, para darlo á conocer, para enseñarlo como es él en verdad; conocerlo
profundamente, conocer en todo su alcance el gran poder de su mente razonadora
y el noble sentimiento que lo animó, que le dio siempre una fisonomía de
inacabable bondad, para, tal como es, mostrarlo al pueblo...” (11)
Una mujer, una ejemplar educadora, Luisa Ozema
Pellerano Castro (1870-1927), una de las primeras graduadas de Maestra Normal,
en 1887, en el Instituto de Señoritas fundado por la eximia poetisa Salomé
Ureña de Henríquez, pronunció, ante la tumba del Maestro de Maestros, las
siguientes palabras elegíacas:
“¡Ha muerto el amado Maestro!, era el alarido de
dolor inconforme que se exhalaba de todas las almas. Y mi alma, surjiendo de
las sombras de ese dolor, se decía á cada instante: ¡Mentira! Es un sueño. El
no ha muerto; él no puede morir, porque vive en el espíritu de las generaciones
educadas en su apostolado de verdad y amor.
“Y hoy, ante la tumba cubierta de flores que
guarda tus restos mortales, torna el alma conmovida á repetirme que tú eres
inmortal, porque fuiste bueno y sabio, y enseñaste lo que predicabas y viviste
lo que predicaste. Por eso tu vida fue perenne ejemplo de altísima enseñanza
moral”.(12)
Las palabras de Luisa Ozema aparecieron en el
periódico mocano El Pueblo, 18 días después del fallecimiento de Hostos, con el
siguiente título: “El inmortal”. Y esas palabras nos hicieron reflexionar
profundamente sobre la perennidad de la obra del Ciudadano de América, como
llamara el puertorriqueño Antonio S. Pedreira al Maestro Eugenio María de
Hostos en 1932. Hoy, ante ustedes, en esta ciudad de Nueva York por donde
todavía su espíritu libertario anda, nosotros lo nombramos de otro modo:
“Eugenio María de Hostos, luminoso Ciudadano de
NOTAS:
(1) Rev. Clío, Santo Domingo, VII (XXXIV) : 47,
marzo-abril, 1939.
(2) Loc. cit..
(3) “Mi rosa blanca para el Maestro”. Listín Diario,
Santo Domingo, enero 11, 2003.
(4) Eugenio M. Hostos. Biografía y bibliografía. Santo
Domingo : Imp. Oiga..., 1905. Pág. 26.
(5) Rev. Clío, Santo Domingo, VII (XXXIV) : 47,
marzo-abril, 1939.
(6) “Relación de la enfermedad, defunción, entierro y
actos de duelo efectuados en honor del eminente educacionista”, en Eugenio M.
Hostos. Biografía y Bibliografía. Santo Domingo : Imp. Oiga..., 1905. 384 p.
Ver: 2 ed. : Santo Domingo : Comisión Permanente de
(7) Idem, pp. 38-39.
(8) Pedro Henríquez Ureña, “Ciudadano de América”, en
(9) Max Henríquez Ureña. “Hostos”, en Eugenio M. Hostos.
Biografía y bibliografía. Santo Domingo : Imp. Oiga..., 1905. 384 p. Ver: 2 ed.
: Santo Domingo : Comisión Permanente de
(10)
Loc. cit..
(11) “Mi tributo”. En: Eugenio M. Hostos. Biografía y
bibliografía. Santo Domingo : Imp. Oiga..., 1905. Pág. 347.
(12) Periódico El Pueblo, Moca, agosto 29, 1903.